Las reuniones al margen de Riyuu siempre acababan mostrado las luchas interiores de sus asistentes, unos menospreciaban los ideales de otros y viceversa. Su actitud carecía de templaza y tolerancia a pesar de su longevidad. La defensa de Karakaura contra entes malignas, como los Hollow era la motivación común a todos ellos. Los antiguos maestros no acababan por aceptar que la sangre nueva regeneraría a la vieja manteniendo así la escasez de efectivos en el cuartel. Al haber alcanzado el liderazgo con tan sólo veintidós años no era normal que las críticas corriesen de un sitio a otro. Ya fuesen buenas o malas el primogénito de los Anderson siempre les prestaba atención e intercedía contra las peyorativas. Muchos catalogaban al adolescente de “arrastrado” y “usurpador”, creyendo que seguía los pasos del perpetuo fumador en pos de un futuro donde dirigiese él al ejercito de los Quincy. Sin embargo, aquellos pensamientos eran completamente falsos. Desde que Alexander conoció al muchacho de los Shima y entabló conversación con él notó como sus lazos de unían. El primero por fin podía alzarse en pos de un candelabro que iluminase su luctuosa existencia. Los miedos e inseguridades que asolaban los más profundos recovecos de su mente desaparecían, sus ideales católicos se reestablecieron de nuevo, pudiendo así retomar el camino que vertebraba su vida en un pasado. El fanatismo que sentía hacia la figura del líder era mayor que su fundamentalismo cristiano.
En la reunión que instantes atrás se había efectuado con resultados caóticos se exponían temas como; la aparición masiva de Arrancar en la ciudad . Todo aquel contexto que el hombre no comprendía o no deseaba comprender debía ser borrado por la raíz. El temor de que “ese” factor violase los egoístas ideales de las personas, incluidos los laicos, creaba una sociedad podrida en la hipocresía que menospreciaba lo más bello de su mundo. El amor que les brindaba su Dios y el regalo que les había hecho al crearles. Si bien era verdad que el Altísimo trataba de probar su fe cada día, no conseguía más que ver a “cadáveres” que sólo se interesaban por su Iglesia cuando la necesidad llamaba a su puesta. Un cúmulo de egolatría se daba al igual que en las comunidad religiosas renacentistas, que buscando el amparo monetario despreciaban cuantos preceptos les mandaba Yahvé. La palabrería no salvaría el incierto camino de la humanidad. La confusión que gustaban de usar los miembros Qincy contraponiendo la valía de su “señor” era inmensa pero no merecía la pena observar como tiraban piedras contra su propio tejado. Los cobrizos iris del moreno de luengos cabellos se perdían en pos del incierto mañana que uniría a sus “hermanos” mientras las páginas que componían lo capítulos del seis al siete en el libro del Deuteronomio. Las comparaciones con este libro y la anterior junto eran notables. Destacando la idolatría de ídolos paganos como la soberbia o la arrogancia, quizás el menosprecio por parte los antiquísimos maestros. Al igual que durante cuarenta años Moisés guió a los suyos por el desierto hasta Canaán, Riyuu motivaba a los miembros a seguirle y luchar por la justicia. Por desgracia los integrantes de la orden querían ver los progresos rápidamente.
Sobre la verde colina que adyacente a la sede se ubicaba, el cuerpo casi inánime del beato Alexander yacía recostado. Leía las Sagradas Escrituras como ya era costumbre, así adquiría mayores metáforas que luego emplear en situacións extremadamente tensas. El sosiego y la tranquilidad que recorrían su cuerpo fue destruido por un tremendo riatsu que con creces era superior al del… líder. La incertidumbre le cogió por banda, sudores fríos recorrieron su cuerpo… dejándoela merced de su cazador.
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