Era día un apacible. Los rayos solares matutinos calentaban todo el ambiente y un leve viento soplaba de forma intermitente en aquél lugar. Era la primera vez que venía a este descampado en la ciudad de Karakura, en el mundo humano. El mismo se caracterizaba por la escasez de malezas y espesuras, algo poco usual de los lugares que visitaba, teniendo en cuenta que mis entrenamientos eran, en su mayoría, en los alrededores de frondosos bosques y en el interior de ellos.
Estas particularidades transformaban al lugar en el sitio ideal para combatir y, especialmente, mostrar mis habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo, puesto que impedían que uno tropezase o se viera limitado en movimientos por el la abundancia de árboles o arbustos.
Me quedé un rato allí, estática, contemplando las maravillas que la naturaleza proporcionaba y que los seres humanos poco sabían aprovechar. Miré hacia el cielo observando como una bandada de pájaros pasaban por sobre donde yo me encontraba. Rápidamente tuve que volver mi vista hacia el frente, debido a que los fuertes rayos del sol golpearon contra mis ojos.
Cuando apenas comenzaba a relajarme, sentí una poderosa presencia llegar. El aire se volvió pesado y el ambiente aumentó su densidad. Cerré mis ojos por unos minutos intentando localizar la fuente de aquella energía y suspiré con algo de resignación al darme cuenta que la misma se dirigía hacia mi. Al parecer la poca tranquilidad que había logrado conseguir se vería interrumpida.
Al poco tiempo una figura femenina se hizo presente. La miré durante algunos segundos con mi rostro serio e inmutable mientras la misma terminaba de acercarse a mí. Cerré mis ojos por un breve momento dejando atrás toda la paz que había tenido hasta este momento y, luego, los abrí con firmeza.
-Parece que ha llegado el momento…- murmuré con voz poco audible
Sujeté con fuera la empuñadura de mi zampakutoh mas no hice movimiento alguno con ella.