~ Un paseo al pasado ~

Nuestros pasos resonaban tranquilos sobre el desigual y gastado asfalto de las calles. Ninguno de los dos habíamos vuelto a hablar desde que abandonamos el Seiritei. Al fin de cuentas no era tan extraño; no éramos más que dos desconocidos que a partir de ahora compartíamos un mismo fin y una misma suerte, pero dos desconocidos al fin y al cabo...

Continuamos caminando en silencio durante no sé cuánto tiempo. A veces nos mezclábamos entre almas errantes que se detenían y cuchicheaban a nuestro paso, unos mirándonos con curiosidad, otros con admiración... no faltaban incluso aquéllos que nos dedicaban miradas de odio. Otras caminábamos por desiertas y silenciosas calles, cuya quietud era solamente interrumpida por el casi imperceptible eco de nuestros pasos, silenciosos y suaves como el tacto de una pluma. A veces podía ver por el rabillo del ojo cómo Asch posaba su mirada en mí; luego, al instante, volvía a desviarla, sin que ninguno de los dos hubiese hecho el menor intento de decir palabra alguna.

Nos encontrábamos casi al final de una de estas solitarias calles cuando el inconfundible sonido de voces infantiles llegó a nuestros oídos. Mirando al frente, pudimos ver que se trataban de unos niños, golpeando a una pequeña a cuyos pies yacía una espada de madera hecha astillas. Los maltratadores echaron a correr nada más percatarse de nuestra imponente presencia, tras ello, Asch se acercó a la niña. Yo, por mi parte, me quedé un par de pasos por detrás, observando con sorpresa la dulzura con la que el pelirrojo limpiaba las lágrimas de las sucias mejillas de la pequeña con su propio uniforme; aun desde mi posición más retrasada alcancé a oír las palabras que el Teniente susurró con dulzura a la pequeña:

"No dejes que se mofen de tus sueños...".

Sin poder hacer nada para evitarlo, mi mente viajó hacia una noche de muchos años antes, cuando aún era humana y soñaba con un futuro diferente al que una chica de mi época podía aspirar. Aquella noche, mientras contemplábamos un cielo hermosamente estrellado, alguien me había dedicado aquellas mismas palabras...

Cuando volví a la realidad, la niña había desaparecido y Asch había reanudado la marcha sin esperarme. Aceleré el paso para darle alcancé, colocándome de nuevo a su lado. Fue así como llegamos a un lugar bastante alejado del resto, en el cual brillaban las superficies pulidas de varias lápidas que se repartían por el lugar. Mientras observaba cómo Asch iba dejando un lirio en cada una de las lápidas, me pregunté quiénes estarían enterrados en ellas. Al final, llegamos ante la última de estas lápidas, en la que, a diferencia de las anteriores, posó una rosa roja. Por el nombre que estaba tallado directamente sobre la piedra, pude saber que se trataba de una mujer. ¿Quién sería y qué relación la ligaría al Teniente?

Casi como si hubiese leído mis pensamientos, la voz profunda de Asch se dejó oír en el solitario y silencioso lugar, explicándome a quiénes pertenecían todas aquellas lápidas. Sentí que algo dentro de mí se estremecía y, en cierta manera, un pequeño atisbo de respeto hacia el Teniente afloró en mí. Yo nunca había tenido que pasar por esa amarga experiencia de tener que ver enterrados a los que me rodeaban y a los que pude llegar a querer, ni siquiera a mis mayores... ellos fueron los que me enterraron a mí. Pero aun así podía imaginarme perfectamente el dolor que debía sentirse ante tal pérdida.

-Cada mes hago este ritual para los compañeros caídos... Un día tú me enterrarás aquí mismo, y tomarás mi lugar, esperaría que tú sigas este ritual...

Ante esa cruda realidad únicamente pude asentir.

"Espero que vivas el tiempo suficiente como para no tener que hacerlo..." -pensé mientras en silencio contemplaba como Asch se arrodillaba ante aquella tumba y comenzaba una plegaria en una lengua que desconocía; aún así pude sentir que era un rezo dedicado al alma de aquellos que, antes que nosotros siquiera fuésemos unos simples aspirantes a shinigami, dieron su vida por proteger las almas de los inocentes.

En ese momento, Tsubasa tomó forma junto a Asch y comenzó a rezar junto a él, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. Sentí que sobraba en aquel momento tan íntimo. Aún así, me arrodillé junto al otro lado de Asch y junté mis manos con solemnidad, en posición de rezo, mientras cerraba los ojos y esperaba que el teniente acabase aquella plegaria.

-Soy consciente de que ése es uno de los principales contras de pertenecer a este escuadrón. Es por ello que considero que establecer vínculos afectivos con los demás miembros del mismo está de más. Es imposible permanecer impasibe ante la muerte de un compañero, pero cuánto menos te involucres, más fácil resultará mantener la cabeza fría.

Esa era mi manera de pensar, y de acuerdo a ella había actuado durante los años que llevaba en la Sociedad de Almas. Quizás debido a eso seguía siendo casi una completa desconocida para el resto de los shinigami. No me importaba, ni tenía ninguna necesidad de ello.

Cuando Asch se levantó, lo seguí hacia un parque cercano, encuadrado en una pequeña colina tras las tumbas. La vista desde allí era, sencillamente, impresionante. Casi estaba segura que allí podría encontrar inspiración para volver a escribir... había sido incapaz de hacerlo desde mi llegada a este mundo.

Siguiendo su consejo, tomé asiento sobre uno de los bancos de piedra que se repartían sin seguir un aparente orden por aquel lugar. Le observé en silencio, esperando sus palabras. Y continué callada durante un rato más después de que éste me hubiese formulado su pregunta.

¿Por qué me había metido al Gotei 13? ¿Cuáles eran mis metas? Yo misma desconocía la respuesta... o quizás sí la sabía, pero era una cuestión demasiado personal como para revelársela al Teniente. Además... ¿por qué habría de confiarle en él?

Aún así me veía obligada a darle una respuesta.

-Si le soy sincera... nunca antes me lo había planteado. Sólo puedo decir... que quizás en un primer momento se trató de una cuestión de "supervivencia". Había dos opciones: aceptar esta nueva "vida", si es que así puede llamársele o... no aceptarla y convertirme en unos de esos espíritus errantes, hasta que la tristeza o la locura terminasen por consumirme o quién sabe si acaso algo peor. Entonces alguien me habló de la Academia de Shinigami y digamos que... opté por la primera opción -me encogí ligeramente de hombros-. No sé si puede considerarse egoísmo por mi parte... o quizás desesperación. Lo que sé es que ahora se trata de superación. Sinceramente, no me interesaba ocupar este puesto; pero ahora que estoy aquí quiero demostrarle a todos que puedo cumplir con mi papel. Sobre todo, quiero demostrarme a mí misma que puedo.

De repente, me di cuenta de que aquel insoportable Teniente había conseguido por primera vez en todo el tiempo que llevaba en la Sociedad de Almas que hablase libremente de un tema que casi rozaba el nivel de "personal". Algo que nadie había conseguido hasta ahora.

-Creo que me ha hecho hablar demasiado, Fukutaicho...

Y en ese instante ocurrió algo inaudito. Una leve sonrisa, casi imperceptible, siguió a mis palabras.

-¿Considera mis motivos válidos, o también serán un tema a tratar con el Comandante para que me degraden?

La brisa susurraba a nuestro alrededor, como una leve letanía que acompañaba las palabras de Asch. Las escuché en silencio, sin apartar mi mirada de él. Atenta a cada apenas perceptible cambio que se producía en sus facciones con cada una de ellas que pronunciaba.

"Te sientes culpable por la muerte de tu Capitana..." -el pensamiento acudió tan repentinamente a mi mente que casi llegó a sorprenderme. Aún así, algo me hacía estar segura de que no me equivocaba.

Le observé mientras lentamente se dirigía a una miríada de flores, pequeñas y de un blanco tan puro que por un momento me transportó a un recuerdo de mi niñez, a un campo cubierto de nieve. Y a una niña de mirada triste que deseaba jugar entre aquellos copos... pero a la que, como todo lo demás, le estaba prohibido.

Abandoné aquel banco y caminé hasta el pelirrojo. Mis dedos se extendieron hasta tocar una de aquellas flores, como hubiese querido poder hacer con la nieve en aquel blanco día.

-Wakarimasu (Entiendo) -le contesté mientras mis ojos seguían perdidos en aquella flor-. ¿Sabe una cosa, Teniente? Cuando nos conocimos esta mañana pensé que jamás podríamos entendernos. Incluso empecé a crear una lista mental de las cosas que no me gustaban de usted -de nuevo, tuve que esforzarme en contener una sonrisa-. Pensaba que a estas alturas esa lista estaría llena, pero... me sorprende averiguar que ésta permanezca vacía. Bueno, casi vacía.

Tras lanzarle una mirada de reojo, volví a caminar, poniendo de nuevo espacio entre los dos. Aquellas palabras encerraban toda una declaración de intenciones; suponían mi predisposición a darnos una tregua... a mi manera. Tras haber caminado un par de metros, me detuve y me giré para volver a mirarle.

-¿Cree que deberíamos saber más uno del otro, Fukutaicho? Hagamos una cosa... -un brillo hasta ahora desconocido iluminó mis ojos-. Le propongo un juego: hagamos un pequeño combate. Cada vez que uno de nosotros consiga alcanzar al otro, tendrá derecho a hacerle una pregunta... la que sea... y éste se verá obligado a contestar. Además... así podrá ver en quién han depositado su confianza... y llegar a una conclusión de si verdaderamente puede confiar en que podré cubrir sus espaldas llegado el momento.

Una media sonrisa se dibujó en mi rostro ante la respuesta afirmativa del pelirrojo. Éste se deshizo de sus gafas, adquiriendo al instante un aspecto más... intimidante. El Reiatsu que comenzaba a sentir en él era impresionante... Mi mano apretó instintivamente la empuñadura de mi zanpakutou, mientras empezaba a sentir la adrenalina que siempre se apoderaba de mí ante la expectativa de un combate. Hacía tiempo desde el último -durante las prácticas en la Academia de Shinigami- y algo me decía que me iba a divertir mucho.

-No tiene por qué intentar mostrarse caballeroso, Teniente -le repliqué cuando me invitó a hacer el primer movimiento-. En un combate real no me darán este tipo de ventaja.

Una ráfaga de aire frío sopló a nuestro alrededor, haciendo que la hierba danzara con su susurro. Me aparté de la cara un mechón rebelde y lo coloqué tras la oreja, mientras mantenía la mirada fija en el otro shinigami.

-Pero ya que lo ha querido así...

Con un movimiento repentino, desenvainé la zanpakutou que hasta ese entonces había reposado en mi obi y eché a correr con velocidad hacia el cuerpo de mi teniente. Cuando llegué hasta su posición, blandí mi espada en su dirección, pero éste esquivó mi ataque con un movimiento rápido. Me giré rápidamente en el aire intentando aprovechar el giro para sorprenderle y darle alcance, pero una vez más esquivó mi movimiento con agilidad.

"Shimatta..." -pensé con disgusto. Después de tanto tiempo sin combatir, parecía estar un poco oxidada.

Me detuve unos segundos para mirarle.

-Eso ha estado rápido... -permití que una leve sonrisa aflorara a mis labios, aunque mis ojos brillaron con competitividad-. ¡Pero no fallaré la próxima vez!

No había planeado que fuera así, pero parecía que iba a tener que usar la artillería pesada desde un principio. Comencé una nueva carrera hacia él, mientras mi mano izquierda sujetaba firmemente mi zanpakutou. En ese momento, comencé a recitar aquellas palabras que Bara y yo conocíamos tan bien:

-Ibara ni mamireta kono chi ga karehatete... ¡Ibara no Namida!

Al término de estas palabras, la hoja de mi espada cambió a un negro reluciente, mientras en su superficie se adivinaba el grabado de unas espinas en un rojo tan intenso como la sangre.

-¡Raitosu Aserereeshon!

Había utilizado la primera de las técnicas de mi Shikai, aquélla que me concedía las propiedades básicas del trueno, entre ellas... la velocidad.

"Esta vez no vas a escaparte..." -una sonrisa maliciosa se adueñó de mis labios mientras, efectivamente, mi velocidad aumentó tanto de repente hasta el punto de desaparecer del campo de visión del teniente.

Sin que éste pudiese percatarse a tiempo, me coloqué detrás de su espalda. Le di unos pequeños golpecitos con la empuñadura de Ibara no Namida.

-Sorpresa... -canturreé cerca de su oído. Sonreí con malicia cuando éste hizo el ademán de girarse, pero antes de que pudiese hacerlo tomé un pequeño impulso y di un salto, apoyando mis pies en su espalda y profiriéndole con ellos un pequeño empujón, mientras yo me impulsaba hacia atrás por la propia inercia del movimiento-. 1-0. Y ahora la pregunta... ¿Cuánto mide?

Vale, quizás a simple vista era una pregunta ridícula, pero sólo era para empezar... Además, tenía verdadera curiosidad por saber cuánta diferencia de altura había entre ambos, realmente me disgustaba sentirme inferior a él al menos en ese aspecto.

Sonreí con arrogancia al ver que en cierta manera había conseguido sorprender al teniente.

-Y eso es sólo el aperitivo de lo que puedo hacer... -repliqué con tono retante cuando éste alabó mi capacidad de usar los atributos del rayo.

Escuché entonces cómo el pelirrojo respondía a mi pregunta. 1,78 metros... Madita sea, era incluso más alto de lo que le había calculado, me sacaba exactamente quince malditos centímetros.

Para mi desgracia, cometí el error de distraerme pensando en estas nimiedades. Cuando su voz me trajo de vuelta a la realidad, ya era demasiado tarde: éste había hecho uso de uno de sus Bakudoh. Para cuando me quise dar cuenta, estaba completamente atada por unos finos, aunque sorprendentemente resistentes hilos de arenas que emergían de su espada. Durante unos instantes, forcejeé intentando zafarme de sus ataduras, pero todo intento de liberarme fue en vano. Estaba completamente inmovilizada.

Achiqué los ojos, mirándole con rabia contenida mientras el shinigami se acercaba alardeando de que ahora nos encontrábamos empatados.

-Por el momento, pe- -no pude acabar la frase pues, de manera inesperada, el pelirrojo me dio un pequeño golpecito en la frente, no muy fuerte, pero sí lo suficiente como para desestabilizarme y hacerme caer.

Sin embargo, antes de que impactara contra el suelo, sentí que los fuertes brazos del teniente me sujetaban para luego depositarme suavemente sobre la hierba. Tras hacerlo, me formuló su pregunta. Sentí cómo un pequeño calor se depositaba en mis mejillas ante sus palabras, pero luché por que el rubor no llagara a hacerse evidente.

-Únicamente sonreiré si así me nace hacerlo... no espere que sonría seguido sólo por darle el gusto -contesté malhumorada y con gesto serio. Las palabras del pelirrojo me habían parecido descaradas y fuera de lugar; además, se había atrevido a tocarme, y eso sí era algo que no podía pasar por alto.

Una vez que me hubo liberado de las ataduras, me puse rápidamente en pie, apresurándome a colocar con brusquedad el flequillo que éste había despeinado. Le clavé la mirada desde mi posición, a varios metros de dónde Asch había ido a pararse, junto a un árbol no demasiado grande.

"Así que te cubres las espaldas... inteligente por tu parte. Aunque no se pueda decir lo mismo del refugio que te has buscado...".

-¡Raitosu Aserereeshon!

De nuevo utilicé esta técnica del Shikai, aunque esta vez mi objetivo era otro distinto al de sorprender al pelirrojo por la espalda. Utilizando la velocidad extra que esta técnica me otorgaba, me lancé en su dirección. Cuando le alcancé, en apenas un instante, moví mi brazo dando la impresión de que dirigía mi ataque hacia él, pero en el último momento me desvié hacia su espalda, golpeando desde detrás el tronco de aquel árbol a unos pocos centímetros por encima de donde debía estar su cabeza. Como consecuencia del brusco golpe, el tronco se resquebrajó y se partió justo por donde la hoja de mi espada había hecho contacto, cayendo sobre Asch, quien sin embargo tuvo reflejos suficientes como para esquivar el tronco antes de que se le viniera encima.

-Lección primera: nunca te refugies del rayo al abrigo de un árbol... -levanté el dedo índice para enfatizar mis palabras.

Tras ello, me lancé de nuevo hacia el cuerpo del teniente, tratando de alcanzarle con mi espada.

Miré extrañada su sonrisa. ¿Qué es lo que le resultaba tan divertido? La respuesta vino ante su "clase magistral" de Física.

"Chico listo...", me dije mentalmente mientras corría a su posición dispuesta a atacarle.

Vi que al fin se disponía a desenvainar su espada. Bien, ahora nuestro "juego" quizás se convirtiera en algo más que una simple partida al gato y ratón. En plena carrera, alcancé a escuchar las extrañas palabras que Asch comenzó a recitar. Entrecerré los ojos ante el cegador brillo de la hoja de su zanpakutou y di mi estocada. El choque de ambas hojas resultó en una terrible explosión; tal parecía que un mismo rayo había caído del cielo para impactar allí. La potencia de la explosión fue tal que me vi disparada varios metros atrás; por suerte, pude reaccionar a tiempo como para apoyar mis pies en el suelo y desde ahí tomar un impulso para cambiar la dirección y, en el ñultimo momento, evitar lo que hubiese sido una dolorosa caida contra los restos del árbol que antes había destrozado con mi espada.

Aterricé de cuclillas sobre la hierba, apoyándome sobre mi mano derecha para aguantar el equilibrio. Mis ojos se dirigieron instantáneamente hacia el cielo, desde donde me había llegado la voz del pelirrojo. Pestañeé un par de veces seguidas con incredulidad. ¿Realmente me había llamado cómo me había parecido escuchar? No se atrevería...

"No te entretengas en pensar eso ahora, Naeru, ¡actúa!" -me arengué a mí misma mientras me ponía en pie y sujetaba a Ibara no Namida con ambas manos. Ya sabía cuál sería mi próximo movimiento.

-¡Daaku Kon-!

Me detuve a mitad de la frase al escuchar de repente una voz desconocida. Desvié la mirada de Asch para buscar al dueño de aquella voz. Mis ojos enfocaron a un chico alto, de más o menos mi edad, en la zona de las tumbas. ¿Y ése de dónde se supone que había salido...? Acto seguido, volví a elevar la vista hacia mi teniente, buscando sus ojos para preguntarle con un gesto de quién se trataba, aunque éste -que se había detenido en el aire- miraba ahora al recién llegado. Y por la cara que tenía puesta no parecía ser mucho de su agrado...

El intruso comenzó entonces a soltar una perorata en favor de la confianza y no sé qué más historias... la verdad es que dejé de prestarle atención a mitad de la segunda frase. Llevándome la mano a la boca, bostecé exageradamente mientras éste continuaba con su pequeño discurso. Sólo volví a prestar algo de atención cuando escuché mi nombre de labios de éste. Vaya, ¿así que ese crío borracho era mi Capitán?

"Genial...", pensé con ironía mientras por el rabillo del ojo pude percibir que Asch descendía al fin, guardando su zanpakutou-. Eso parece...

Tras contestar a las palabras de Asch sobre que la diversión parecía haberse acabado -cosa que yo misma pensaba-, hice lo propio envainando mi zanpakutou de mala gana y colocándola en el obi que ataba mi uniforme. Tras ello, di unos pasos aproximándome al capitán.

-Un gusto... supongo... -fue mi escueta respuesta a su presentación.

Escuché cómo éste nos proponía entonces un nuevo "juego", consistente en conseguir derramar el vaso que había depositado sobre el suelo. Me mantuve en silencio, de brazos cruzados, mientras oía con cierto regocijo cómo Asch le recriminaba el habernos interrumpido con su llegada. Acababa de ganarse un punto ante mis ojos.

-¿Qué dices, Naeru-chan ? ¿Le damos el gusto? -... y acababa de perderlo.

Sin mover mi cabeza, dirigí mi mirada de reojo hacia el pelirrojo. Si las miradas matasen... en ese momento habría una nueva lápida en aquel lugar con el nombre del teniente. Ignorando el modo en el que me había llamado (ya habría tiempo después para hacérselo pagar) me dispuse a contestar.

-La verdad... no me apetece jugar a su juego -dije con voz monótona mientras continuaba de brazos cruzados-. No creo que ésa sea forma de ganarnos su confianza... considero que valgo más que un apestoso vaso de sake, Taicho-recalqué la última palabra para dejarle claro que no iba a permitir un trato que el estrictamente formal.

Sentí vibrar a mi zanpakutou junto a mi cadera. Seguramente Bara me estaba mostrando su reproche ante mi forma de dirigirme al mismísimo Capitán de mi escuadrón... según ella, mi más que frecuente tendencia a la insubordinación me costaría cara algún día.

Alcé inquisitivamente una ceja cuando la expresión del Capitán se transformó en una de profunda tristeza. Por un momento, temí que pusiese un puchero en toda regla o que, incluso, empezase a llorar.

"Oh, venga, si se pone así por una simple contestación cómo espera ganarse nuestro respeto...", pensé mientras seguía manteniéndole la mirada sin cambiar mi gesto serio.

Escuché, entonces, cómo el joven Capitán me reprochaba el no querer participar en su estúpido juego, augurándome funestas consecuencias por ello. Yo me mantuve en silencio, con la misma actitud como la de quién escucha llover. Finalmente, éste desapareció con un gran shumpo, entornando un gesto del peor de los enfados.

"Lo que me faltaba... ahora también tenía que vérmelas con un Capitán inmaduro y alcohólico... cómo si no tuviese bastante con un Teniente inepto".

Resoplé, desviando la mirada hacia el susodicho y descubriendo que éste tenía la suya posada en mí.

-¿Qué? -le pregunté toscamente, sin cambiar mi posición, ofeciéndole mi perfil.

-Ne... Okabe... ¿qué te parece si vamos a descansar o tomar algo? Creo que sería bueno despejarnos... ¿no te gustaría ir a Karakura a dar un paseo?...

No recibió más que silencio por mi parte. Pese a mi indiferencia, el pelirrojo pareció no darse por vencido.

-Vamos... nada lograremos si nos quedamos aquí esperando pelearnos con alguno de nuestros superiores, yo mismo abriré un portal a la ciudad y nos relajaremos un poco... de paso podemos hacer algo de inteligencia y algún que otro trabajo.

Resoplé nuevamente ante su insistencia. ¿Qué parte de "no mantener una relación más allá de lo estrictamente profesional" no había entendido? Porque a mi modo de entender... ir a dar un paseo o tomar algo pasaban claramente ese límite del mero trabajo.

Aunque por otra parte... no había pisado suelo humano desde que llegué a la Sociedad de Almas, y de eso ya hacía bastante... Se me presentaba una oportunidad única de ver qué había sido del mundo humano en estos más de dos siglos que habían transcurrido desde mi muerte... Me mordí el labio inferior, sin saber qué hacer. Finalmente la curiosidad pudo más. Total, que aceptara a ir con él tampoco implicaba que tuviese que mostrarme sociable o darle conversación.

Al fin, me digné a mirarle de nuevo. Éste se había sentado sobre uno de los bancos de piedra y me miraba aguardando por mi respuesta.

-Está bien. Pero que quede claro que sólo acepto si hay trabajo de por medio...

No pude negar que me sorprendió el brusco cambio que se perpetró en el comportamiento del teniente. Aun cuando era precisamente ese trato distante el que estaba buscando... no podía evitar sentirme extraña con ese "nuevo" Asch. Imponente y altivo... realmente parecía que lo habían cambiado y habían puesto en su lugar a un doble.

Lo seguí varios pasos por detrás durante varios kilómetros, más allá de la salida del Rukongai. ¿De verdad hacía falta toda esa caminata para abrir un simple portal? Al fin el pelirrojo pareció dar con un sitio a su gusto; se detuvo y, por primera vez desde que emprendimos la marcha, volvió a dirigirse a mí. Una vez más, no pude evitar que su mirada fría y su tono cortante me desconcertaran en cierta manera.

-Entendido -contesté simplemente ante sus palabras, aunque estaba claro que lo suyo había sido una pregunta retórica.

Entonces, de un rápido y contundente movimiento de su zanpakutou, dibujó unos cortes en el aire, que al momento se constituyeron en un portal material que nos proporcionaría el paso hacia el Mundo Humano. De nuevo, la voz autoritaria de Asch rompió el silencio. Me sentí ofendida ante sus palabras. ¿Limitarme a buscar refuerzos? ¿Acaso estaba hablando como si se dirigiese a una simple principiante?

Fruncí mi entrecejo con verdadero disgusto, mientras le clavaba mi mirada en su espalda. Cómo podía ser tan arrogante, tan... tan... ¡idiota!

"Tú te lo has buscado... ¿no es eso lo que querías?", ahí estaba esa vocecita interior que a veces me asaltaba y a la que tanto odiaba.

-¡Urusai! -exclamé en voz baja, aunque no lo suficiente cómo para que el pelirrojo me escuchase, ganándome una nueva mirada recriminatoria por su parte.

Desviando mi mirada de la suya, me interné junto a él en el portal. Malhumorada, me crucé de brazos y giré mi cara hacia un lado dándole simbólicamente la "espalda", mientras esperaba que pusiésemos al fin pie en suelo humano.