Bueno aquí os dejo una historieja.
Había caminado durante una o dos semanas, cuando empecé el viaje los primeros días eran los mejores, todo era felicidad y pensar que venía una gran aventura, que se haría corto, pero poco a poco al estar solo y avanzar tan despacio por culpa de mis pequeñas patas y además levando el peso de la hacha y una mochila con víveres y alguna piel por si hacía demasiado frío, era bastante díficil avanzar, a mi paso solo veía bosques de árboles sin frutas que pudier comer, animales demasiado rápidos que no podía cazar y agua helada que no podía beber, después pensé:
-¿Estoy en mis últimas o conseguiré acabar este viaje de una vez por todas?, se esta haciendo interminable, espero conseguir llegar a una posada en la que descansar, pero hace que no veo un pueblo desde que empecé este viaje.
Antes de continuar el viaje debía pararme en alguna cueva a resguardarme de una ventisca que se avecinaba, no se como pero lo presentía, mi gran barba blanca comenzo a tener un color a nieve, hasta que quedó totalmente cubierta, el pelo le paso lo mismo, no olía absolutamente nada, la nariz del frío se volvío roja como un tomate, junto con los pómulos y las orejas tapadas por mi larga melena, seguí caminando ahora no podía parar, si me quedará ahí en medio lo más seguro es que me muriera de frío en medio de la ventisca, a lo lejos, con lo poco que me permitía ver la nieve aviste una pequeña cueva en la pretendía meterme y pasar allí la noche, antes de entrar me acerqué a uno de los muchos árboles que tenía a mi alrededor, y con mi hacha comencé a cortar ramas y un poco de corteza para intentar hacer un fuego y pasar un poco de calor, mientras cortaba una gota de sudor se deslizaba por mi frente, con el frío al caer de mi frente casi se congela, era algo muy raro, recogí la madera que había cortado para poder hacer el fuego y calentar un poco de comida y mis manos, que aunque cubridas por guantes, se estaban poniendo tambien de un color rojizo.
Me adentré en la cueva, al principio era como todas las otras que me había adentrado, esta era un poco más grande pero nada fuera de lo común, estaba muy oscuro, pero con la vista que nos caracteriza a los enanos veía un poco la cueva, preparé la madera para así poder enceder el fuego, lo conseguí y nada mas hacerlo saqué una pata de conejo que tenía en la mochila, cubierta con sal para que no se estropeara y en el fuego con un palo la puse a cocinar, el olor que empezaba a desprender era genial, tenía tanta hambre que me la comería cruda, ya que ayer no pude comer, cuando terminó de cocinarse me lo comí degustandolo poco a poco, el sabor era como gloría, era espectacular, después de tanto frío algo caliente que llevarse a la boca no esta nada mal, al acabar dije en enano:
-Gracias Diosa por este alimento que me has da...
No pude acabar la frase, porque al mencionar estas palabras algo se abrió a mis espaldas, sonaba como una puerta del templo de La Diosa que teniamos en la ciudad, una gran roca de bajo de las montañas, con uno de los palos que tenía fuego iluminé la parte por donde había escuchado el ruido, al apuntar con la antorchada improvisada me dí cuenta, que mis sopechas de que era una puerta eran ciertas, me adentré con precaución, por si había algún peligro, pero al entrar vi que a los dos lados de la puerta se encontraban unas antorchas que al encenderlas, iluminaron toda una sala e un periquete, me sentí verdaderamente sorprendido, había sido todo muy rápido, a unos cien metros de distancia habí una vitrina con un objeto muy valioso dentro.
-¡¡¡Mithril!!!- dije sorprendido al ver el objeto. - Tiene que ser mio.
Y empecé a correr como podía co mis patas, sin mirar el suelo avance hasta que de repente en una pisada, accione una especie de botón y una flecha me quito unos pocos pelo de mi larga barba, en ese momento unas gotas de sudor salieron de mi frente, estaba bastante sorprendido esa flecha me podía haber dejado muerto, mire al suelo y todas la piedras que estaban como suelo parecían como la anterior, me paré unos momentos y pensé:
-Si esta flecha me ha rozado la barba y casi me quita la cabeza, la solución es fácil, solo tengo que avanzar tumbado hasta el otro extremo del pasillo.
Me dispuse a tumbarme en el suelo, seguí avanando y según con mi peso accionaba la especie de trampa al instante una flechas pasaban a un metro sobre mi cabeza, sin rozarme ni siquiera un pelo, pasaban aproximadamente a un metro sobre mí,mi plan estaba funcionando como casi siempre, cuando se acabaron esa especie de baldosas me levanté y al andar un par de metros más vi algo muy raro, como al accionar otra baldosa, salio a un metro una hacha gigante con 1 esqueleto empalado en ella, en ese momento la imagen de el cadaver de mi padre muerto me revolvieron la tripas y me hizo efurecer, hice un grunñido muy fuerte y calcule el tiempo que tardaba el hacha colgada como el péndulo de un reloj en pasar de lado a lado, justo cuando pasaba enfrente mía mientras calculaba mis pelos se los llevaba el aire creado por el hacha gigante, solo había una forma de poder pasar y era en cuanto pasara en frente mía echar a correr con mis pequeñas piernas, deje que el pendulo pasara una, dos y hasta tres vesces a la cuarta pase tanto como daban mis piernas, lo conseguí cada vez quedaba menos hasta el preciado mithril que ya se encontraba a menos distancia que hace unos segundos, hasta el altar ya no hubo ninguna trampa más, ya solo unas pequeñas escaleras me separaban del querido mithril, al apoyar el hacha para ayudar a subir la primera escalera esta se desprendió, al medio minuto volvió a subir totalmente ese peldaño, todo tenía que ser rápido, desde el principio hasta el final.
Volví a pensar otra manera de poder llegar al altar pero no se me ocurría nada asi que solo me que quedaba una opción, desenfunde mi hacha y cogiendola desde la punta conseguí atizar al cristal donde se encontraba el mithril postrado sobre una especie de cojín, luego como pude lo enganche al hacha y lo atraje hasta mi de manera que no se callera, y nada más levantarlo otro botón que estaba debajo del trozo de mithril se levantó, haciendo así parar todas las trampas que me habían acechado en este templo tan raro, que desde fuera era una simple montaña, al salir del todo lo metí en la mochila para no perder el preciado tesoro que acababa de conseguir en el templo y me concine otra pata de conejo para celebrarlo, en ese momento el viaje dejo de hacer mella en mí y se convirti´en una ventisca alegre, ya no sentía el frío de fuera ni el cansancio de mi músculos, solo sentía alegría y en la nariz un gran olor a para de conejo que me repetía en el estómago, desde luego esto era una pequeña aventura, y me dormí con una sonrisa de oreja a oreja.
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